Hacia el año 357 AEC, un Faraón egipcio al que los griegos llamaban Nectanebo, visitó la corte de Filipo II, Rey de Macedonia. Se trataba de un consumado mago, un adivinador, quien sedujo en secreto a Olimpia, Princesa de Epiro y esposa de Filipo.
Aunque en ese momento, ella lo ignoraba, el mago era en realidad el dios que los egipcios llamaban Amón-Ra, los griegos Zeus, quien había ido hasta ella disfrazado de Nectanebo. Y así fue que su hijo Alejandro resultó ser el hijo de un dios, el mismo dios cuyo templo había profanado el persa Cambises.
La corta vida de Alejandro el Macedonio —más conocido como Alejandro Magno—, estuvo llena de conquistas, aventuras y exploraciones: el ardiente deseo de alcanzar los Confines de la Tierra, y de desvelar los misterios divinos.
No fue una búsqueda sin un objetivo claro. Tuvo como tutor al filósofo Aristóteles, que lo instruyó en la sabiduría de la antigüedad. Después, presenció las peleas y el divorcio de sus padres, que llevó a la huida de su madre, junto con el joven Alejandro.
Más tarde, vino la reconciliación y el asesinato de Filipo. Esto último llevó a la coronación de Alejandro en el 336 AEC, cuando éste contaba con sólo 20 años de edad. Sus primeras expediciones militares le llevaron al Oráculo de Delfos, donde oyó la primera de varias profecías que le pronosticaban la fama, pero una vida muy corta.
A Alejandro le preocupaban los rumores de que, en realidad, no era hijo de Filipo, sino el fruto de una unión ilícita entre su madre y Amón-Ra. Y las tensas relaciones entre Filipo y Olimpia sólo sirvieron para confirmar las sospechas.
EGIPTO
A principios del 331 AEC, tras unas exitosas campañas militares contra los persas, Alejandro se encaminó a Egipto, donde esperaba una fuerte resistencia por parte de los virreyes persas que gobernaban el país. Pero se sorprendió al ser recibido como un libertador.
Sin perder tiempo, Alejandro fue hasta el Gran Oasis de Siwa, sede del Gran Templo y Oráculo de Amón-Ra, en el noreste de Egipto. Se creía que los primeros Faraones egipcios eran hijos de Amón, y Alejandro, el nuevo dirigente de Egipto, quería que el dios le reconociera como su hijo.
Allí, el mismo dios le confirmó a Alejandro su verdadero parentesco y, así reafirmado, los Sacerdotes Egipcios lo deificaron como Faraón. De ese modo, su deseo de escapar a su destino mortal se convertía no en un privilegio, sino en un derecho.
(A partir de entonces, se representó a Alejandro en las monedas como a un Zeus-Amón con dos cuernos).
Más tarde, Alejandro fue hacia el sur, hacia Karnak, centro del culto de Amón-Ra. Y en el viaje hubo algo más de lo que parece. Centro religioso venerado desde hacía 1.800 años, Karnak era un conglomerado de templos, santuarios y monumentos a Amón construido por generaciones de Faraones.
Una de las construcciones más impresionantes y colosales era el templo que construyera la Reina Hatshepsut más de mil años antes de la época de Alejandro. ¡Ella también había sido hija del dios Amón, concebida por una Reina a la que el dios había visitado disfrazado!
LOS RELATOS
Los relatos sobre las aventuras de Alejandro Magno en busca de la inmortalidad, se encuentran en versiones paralelas en muchos idiomas —incluidos el Latín, el Hebreo, el Árabe, el Persa, el Siríaco, el Armenio y el Etíope—, así como al menos tres versiones en Griego.
Las diferentes versiones, algunas de las cuales remontan sus orígenes a la Alejandría del Siglo 2 AEC, difieren aquí y allí. Pero, en general, sus abrumadoras similitudes indican un origen común (quizás los escritos originales del historiador griego Calístenes de Olinto, nombrado por Alejandro para que hiciera un registro de sus hazañas; o, como se ha dicho en algunas ocasiones, copias de las cartas de Alejandro a su madre Olimpia y a su maestro Aristóteles).
CANDANCE
Según estos textos, en vez de llevar a sus ejércitos de vuelta hacia el este, hacia el corazón del Imperio Persa, Alejandro eligió una pequeña escolta y a unos cuantos compañeros y organizó una expedición que se adentró aún más al sur. A sus desconcertados compañeros se les hizo creer que era un viaje de placeres sexuales.
Se trataba de Candance, Reina de un país al sur de Egipto (el Sudán de hoy). Al revés que en el relato de Salomón y la Reina de Saba, en este caso fue el Rey el que se trasladó hasta el país de la Reina, pues, sin saberlo sus compañeros, lo que Alejandro estaba buscando en realidad no era el amor, sino el secreto de la inmortalidad.
Después de una placentera estancia, la Reina accedió a revelarle a Alejandro, como regalo de despedida, el secreto de «la maravillosa cueva donde se congregan los dioses».
SENUSERT
Siguiendo las indicaciones de Candance, Alejandro llegó al lugar sagrado:
«Entró con unos cuántos soldados, y vio una neblina como iluminada por las estrellas. Y los techos brillaban, como si estuvieran iluminados por las estrellas. Las formas externas de los Dioses eran físicamente manifiestas. Una multitud les servía en silencio».
La visión de las «figuras reclinadas», cuyos ojos emitían rayos de luz, hizo que Alejandro se detuviera por un instante. ¿También eran dioses, o mortales deificados? Entonces, se sobresaltó al escuchar a una de las «figuras» hablando en voz alta:
—Bienvenido, Alejandro. ¿Sabes quien soy?
Y Alejandro contestó:
—No, mi Señor.
La figura dijo:
—Soy Sesonchusis, el Rey que conquistó el mundo y que se ha unido a la fila de los Dioses.
(Este Sesonchusis, no sería otro que el Faraón Senusert, también conocido como Sesostris I, quien reinó en el Siglo 20 AEC).
Alejandro no se sorprendió en lo absoluto, como si se hubiera encontrado con la persona que iba buscando. Al parecer, su llegada era esperada, por lo que Alejandro fue invitado a entrar por «el Creador y Regente de todo el Universo».
«Entró y vio una neblina con el resplandor del fuego. Y, sentado en un trono, el dios al que en cierta ocasión había visto adorar por los hombres en Rokotide, el Señor Serapis» (En la versión griega era el dios Dionisio).
Alejandro vio entonces la ocasión para sacar el tema de su longevidad:
—Señor Dios —dijo—. ¿Cuántos años viviré?
Pero no hubo respuesta del dios. Después, Senusert, cuyo nombre egipcio significaba «El de Orígenes Vivos», intentó consolar a Alejandro, pues el silencio del dios hablaba por sí mismo:
—Aunque yo mismo me he unido a las filas de los Dioses —dijo Senusert— no fui tan afortunado como tú... Pues aunque conquisté el mundo y sojuzgué a tantos pueblos, nadie recuerda mi nombre. Pero tú tendrás un gran renombre... Tendrás un nombre inmortal aún después de muerto. Vivirás después de morir, y así, no morirás.
Desilusionado, Alejandro dejó las cuevas y «prosiguió el viaje que tenía que hacer»: buscando el consejo de otros sabios, buscando un escape a su destino mortal, para emular a otros que, antes que él habían conseguido unirse a los Dioses Inmortales.
EL MAR ROJO
Alejandro intentó dejar Egipto del mismo modo que lo hizo Moisés, dividiendo las aguas del Mar Rojo y haciendo que sus seguidores cruzaran el mar a pie.
Al llegar al Mar, Alejandro decidió dividirlo, construyendo en su mitad un muro de plomo fundido, y sus constructores «siguieron derramando plomo y materiales fundidos en el agua hasta que la estructura llegó a la superficie. Después, construyó sobre ella una torre y un pilar, sobre el que esculpió su propia figura, con dos cuernos en la cabeza».
Y la inscripción decía:
«A quienquiera que venga a este lugar y navegue por el mar, háganle saber que yo lo cerré».
Después de dividir las aguas, Alejandro y sus hombres se pusieron a cruzar el mar. Sin embargo, como precaución, enviaron por delante a algunos prisioneros.
Pero cuando llegaron a la torre, en el centro de las aguas, «las olas del mar saltaron sobre ellos [los prisioneros] y el mar se los tragó, pereciendo todos. [...] Cuando El de los Dos Cuernos vio esto, tuvo miedo del mar con un temor poderoso», y desistió en su pretensión de emular a Moisés.
ENOC
Sin embargo, anhelando descubrir la «oscuridad» al otro lado del mar, Alejandro dio varios rodeos, durante los cuales se supone que visitó las fuentes del Río Éufrates y del Río Tigris, estudiando allí «los secretos de los cielos, las estrellas y los planetas».
Dejando atrás a sus tropas, Alejandro volvió a la Tierra de la Oscuridad, llegando a una montaña llamada Mushas, en el borde del desierto. Después de varios días de marcha, vio «un sendero recto que no tenía pared, que no tenía altura ni tampoco un lugar bajo». Dejó a los pocos compañeros de confianza que le acompañaban y prosiguió solo.
Después de viajar durante 12 días y 12 noches, «percibió el resplandor de un Ángel». Pero cuando se acercó, el Ángel era un «fuego llameante». Alejandro se dio cuenta de que había llegado a la cima de «la montaña que rodea el mundo», «donde está situado el Paraíso, la Tierra de los Vivos», «el sitio donde moran los santos».
Allí había un Tabernáculo reluciente desde la cual se extendía en dirección al cielo una inmensa escalera, hecha con 2.500 losas de oro. Dentro, Alejandro vio «figuras de oro, todas de pie en su nicho», un altar de oro y dos gigantescos «candelabros» de 18 mts de altura.
«Sobre un diván cercano, se veía reclinada la figura de un hombre que estaba tapado con un cobertor incrustado de oro y piedras preciosas, y, por encima, trabajados en oro, tenía sarmientos de vid cuyos racimos de uva estaban compuestos con joyas».
El hombre no estaba menos desconcertado que Alejandro:
—¿Quién eres tú y por qué estás aquí, oh mortal? —le preguntó el hombre.
—El mismo Dios me ha guiado y me ha dado fortaleza para llegar a este lugar, que es el Paraíso —respondió Alejandro.
El hombre se identificó como Enoc, el Patriarca Antediluviano que fue bisabuelo de Noé (en otra versión, Alejandro tras ser arrastrado a lo alto por una fuerza sobrenatural, habla, no con uno, sino con dos Patriarcas: Enoc y Elías, antes de ser devuelto por un «Carro de Fuego»), y luego instó a Alejandro a que volviera con sus amigos.
Pero Alejandro insistió en buscar respuestas a los misterios del Cielo y la Tierra, de Dios y los Hombres.
—No curiosees en los misterios de Dios —le advirtió Enoc.
Alejandro dijo que se iría, pero sólo con la condición de que le concediera algo que ningún hombre hubiera obtenido antes.
Accediendo a su deseo, Enoc le dijo:
—Te diré algo por lo cual puedes vivir y no morir.
El de los Dos Cuernos, dijo:
—Dilo.
Y Enoc le contestó:
—En la tierra de Arabia, Dios ha establecido la Negrura de la Sólida Oscuridad, en la cual hay oculto un tesoro de su conocimiento. También allí está la fuente de agua a la que llaman «El Agua de Vida». Y quienquiera que beba de ella, aunque solo sea un trago, nunca morirá.
El Ángel le atribuyó otros poderes mágicos a esta agua de Vida, tal como «el poder de volar por los cielos, igual que vuelan los Ángeles». Sin más necesidad de acicates, Alejandro preguntó con ansiedad:
—¿En qué parte de la Tierra está situada esta Fuente de Agua?
—Pregunta a aquellos hombres que son herederos del conocimiento de estas cosas —fue la enigmática contestación de Enoc. Luego, éste le dio a Alejandro un racimo de uvas para que alimentara a sus tropas.
De vuelta con sus compañeros, Alejandro les contó su aventura y le dio a cada uno una uva. Pero «a medida que las arrancaba del racimo, otras crecían en su lugar». Y así, con un racimo, dio de comer a todos sus soldados y a los animales.
MATUN
Más tarde, Alejandro se puso a hacer preguntas a todos los eruditos que pudo encontrar. Preguntaba a los sabios:
—¿Has leído alguna vez en tus libros que Dios tuviera un lugar en el que el conocimiento está oculto, y donde se encuentra una Fuente a la que llaman «Fuente de la Vida»?
Las versiones griegas le hacen ir a los Confines de la Tierra en busca del sabio indicado. Las versiones etíopes sugieren que el sabio estaba allí mismo, entre sus tropas. Su nombre era Matun, y conocía los escritos antiguos.
—El lugar —dijo—, se halla cerca del Sol cuando sale por el lado derecho.
Poco mejor informado con tales acertijos, Alejandro se puso en manos de su guía, y juntos entraron en el Lugar de Oscuridad. Tras un prolongado viaje, Alejandro se sintió cansado y le dijo a Matun que se adelantara y buscara el sendero correcto.
Para ayudarle a ver en la oscuridad, Alejandro le dio una piedra que había llevado Adán del Paraíso cuando lo abandonó, y que le había sido entregada a Alejandro por un antiguo Rey que estaba viviendo entre los Dioses. La piedra era más pesada que cualquier otra sustancia en la Tierra.
Matun, aunque intentando no desviarse del sendero, acabó perdiéndose. Entonces, sacó la Piedra Mágica y, al ponerla en el suelo, empezó a emitir luz. Gracias a la luz, Matun vio un manantial. No se había dado cuenta aún que había ido a parar a la Fuente de la Vida.
Como estaba sumamente hambriento, sacó un pez seco que llevaba, para lavarlo en el agua y prepararlo para cocinar. Pero, tan pronto como el pez tocó el agua, se alejó nadando.
Cuando Matun vio esto, se quitó la ropa y se metió en el agua detrás del pez, y se encontró con que estaba vivo en el agua. Al darse cuenta que de que aquel era el «Manantial del Agua de Vida», Matun se lavó en las aguas y bebió de ellas.
Cuando salió del Manantial, ya no tenía hambre ni preocupación alguna, pues se había convertido en El-Khidr («El Imperecedero»), el que sería Joven Para Siempre.
Al volver al campamento, no dijo nada de su descubrimiento a Alejandro. Después, Alejandro mismo reanudó su exploración, buscando a tientas el camino correcto en la oscuridad. De pronto vio la piedra que Matun se había dejado, «brillando en la oscuridad. Entonces tenía dos ojos, que lanzaban rayos de luz».
Al darse cuenta de que había encontrado el sendero correcto, Alejandro se apresuró por él, llegando a un lugar «incrustado de zafiros, esmeraldas y jacintos» que brillaba, a pesar de que allí no se veía ni Sol, ni Luna, ni Estrellas.
El camino estaba bloqueado por dos pájaros con rasgos de hombre.
—¡Retrocede! —le ordenó uno de ellos a Alejandro—, pues la tierra que pisas pertenece sólo a Dios. ¡Retrocede, oh desdichado, pues en la Tierra de los Bienaventurados no puedes poner el pie!
La voz le reconvino por sus desmesuradas ambiciones y le profetizaba que, en vez de conseguir una Vida Eterna, no tardaría en morir.
Aterrorizado, Alejandro volvió con sus compañeros y sus tropas, renunciando a la búsqueda. Pero antes de abandonar el lugar, se llevaron como recuerdo tierra y piedras.
ANDREAS
En la versión griega del Pseudo-Calístenes, era Andreas, el cocinero de Alejandro, el que llevaba el pez seco para lavarlo en una fuente «cuyas aguas centelleaban con relámpagos». Cuando el pez tocó el agua, recobró la vida y se le escurrió de las manos al cocinero.
Éste, al darse cuenta de lo que había encontrado, bebió de las aguas y cogió un poco en un cuenco de plata, pero no le habló a nadie de su descubrimiento.
Después de varios días de marcha, salieron de la Tierra de la Noche Eterna y, cuando alcanzaron la luz, vieron que la «tierra y las piedras» que habían recogido, eran en realidad perlas, piedras preciosas y pepitas de oro.
Fue entonces cuando el cocinero le contó a Alejandro lo del pez que había recobrado la vida, pero siguió manteniendo como secreto el hecho de que él también había bebido de aquellas aguas y que había conservado un poco para sí.
Alejandro se puso furioso y lo golpeó, desterrándolo después del campamento. Pero el cocinero no quería irse sólo, pues se había enamorado de una hija de Alejandro. Así que le reveló su secreto a ella y le dio a beber de las aguas.
Cuando Alejandro se enteró, también la desterró:
—Te has convertido en un ser divino al hacerte inmortal, por tanto no puedes vivir entre los hombres. Ve a vivir en la Tierra de los Bienaventurados.
Y en cuanto al cocinero, lo arrojó al mar, con una piedra atada al cuello. Pero, en vez de ahogarse, el cocinero se convirtió en el Demonio Marino Andrentic.
Pese a todo, Alejandro no pudo escapar a su destino, muriendo a los 33 años de edad, en Babilonia...
FUENTES:
Imposible...lo del nacimiento semi divino, puede ser, se sabe que Olimpia y Filipo no se llevaban bien (salvo en la cama), además, ella educó a Alejandro en la fe a Dionisos, que no es otro que Zeus porque ella misma era su sacerdotisa cuando aún era princesa de Epiro.
ResponderEliminarPero Alejandro sólo engendró 1 hijo que no alcanzó a conocer... a él no le gustaban las mujeres, tenía a su amante, al que llevaba a todas partes con él, y cuya relación terminó sólo con la muerte del joven, que además hizo que el pobre Alejandro se transformara en una especie de zombie, sin ánimos de más nada.
Ojo, aunque yo sea revisionista, hay que siempre mirar e interpretar las fuentes, sino se convierte en charlatanería